El retorno a México: distanciamiento generacional y trabajo en solitario. Series Imágenes de la Conquista, Guerreros y Enemigos y Figuras Atrapadas

El retorno a México:
distanciamiento generacional y trabajo en solitario.
Series Imágenes de la Conquista,
Guerreros y Enemigos y Figuras Atrapadas


Necesitado de recuperar su arraigo cultural de origen, entre otras razones, decidió que era tiempo de regresar a su país natal. Era 1990 (año en que le fue otorgada la beca del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes), y llegó acompañado por quien era su pareja en esa época, la también artista plástica Alessandra Ragionieri, florentina. Ya tenía claro su distanciamiento respecto a la mayoría de sus compañeros pintores de generación en México, los que se entregaron al así llamado arte conceptual y a todas aquellas formas artísticas de influencia principalmente estadounidense –“el norte conceptual”, como lo denomina Rébora–. En una entrevista que le realizó la periodista Angélica Abelleyra, el pintor explicó esa toma de distancia:

Me siento completamente fuera de contexto y de cualquier corriente. Soy defensor de este romanticismo imperante en la sensibilidad, porque lo que quiero transmitir es una sensación luminosa interna. Y esto es tan tonto y tan inteligente que puede parecer absurdo y audaz. En ese sentido veo la pintura contemporánea, de la cual casi no participo porque tendría que convertime más en un historiador y conceptualista para acercarme a ella. Para mí es muy importante acercarme al cuadro casi desprendido de toda concepción anterior.[1]

Además, tenía la firme convicción de un imperativo acerca de recobrar para la pintura su cualidad de luminosidad (la luz como elemento estructural de un cuadro) y la posibilidad artesanal de su construcción por cuanto obra de arte, si bien tenía claro que no solamente es el procedimiento lo que da validez a un cuadro. De ahí que su técnica distintiva se hiciera –lo sigue siendo hoy en día– aquella que aprendió en Italia y que perfeccionó gracias a Vlady: la del temple. Éste le proporciona “calidad epidérmica y profundidad”[2] a sus cuadros. Asimismo, alejado intencionalmente del tema por considerarlo una limitante para el desarrollo de su pintura, con el recurso al temple y al óleo a la manera veneciana –capas pictóricas sucesivas que dotan de profundidad tonal y matérica a las imágenes– se dispuso a enfrentar el problema

de sensibilizar al máximo una superficie que a uno le permita contemplar el cuadro, alejarnos de lo que es el signo, para ver estrictamente lo que es la sensación y la posibilidad de la contemplación. [...] El verdadero contenido son, desde luego, la forma y el color, y de alguna manera mi posición es ésa: tratar de rescatar lo que es esencialmente el contenido del cuadro, su construcción[, que no es el tema]. En mi caso quiero darle vida interna al cuadro, animarlo, y esto sólo será logrado a partir de una construcción concienzuda de las relaciones compositivas del cuadro.[3]

Así, desde aquellos inicios de la década de los noventa se perfiló como un artista, de acuerdo con el crítico de arte Antonio Espinoza,

al que sería difícil ubicar en alguna corriente o tendencia específica de la neofiguración mexicana actual. Rébora no es un pintor neoexpresionista, tampoco es neomexicanista o posmoderno. Creo que se trata más bien de un pintor cuyo único compromiso es con la pintura, con los valores puramente plásticos de la misma, que no pretende en modo alguno dar un “mensaje” a través de su obra. Según parece, Rébora es un artista empeñado en ser diferente, en seguir un camino propio que lo aleje a cada paso de las diversas corrientes que conforman en la actualidad el panorama artístico de México.[4]

Exposición en Galería Benavente Morales, 1991  (Foto: ¿?)
Exposición en Galería Benavente Morales, 1991
(Foto: ¿?)

Exposición en el Museo Carrillo Gil, 1992  (Foto: ¿?)
Exposición en el Museo Carrillo Gil, 1992
(Foto: ¿?)

Cuadros para una Exposición fue la muestra que en 1991 presentó en Galería Benavente Morales, en Ciudad de México. Luego, en 1992 presentó Roberto Rébora / Pinturas Recientes en el Museo Carrillo Gil, en Ciudad de México, así como en Galería Arte Actual Mexicano, en Monterrey. Las tres exposiciones estuvieron integradas por cuadros de tres series realizadas durante 1990 y 1991: Imágenes de la ConquistaGuerreros y Enemigos y Figuras Atrapadas.


Composición con figura caída en ocre  (1990, óleo-temple sobre tela, 122 × 82 cm, serie Imágenes de la Conquista)
Composición con figura caída en ocre
(1990, óleo-temple sobre tela, 122 × 82 cm, serie Imágenes de la Conquista)


Español descalzo y enemigo  (1990, óleo-temple sobre tela, 130 × 200 cm, serie Guerreros y Enemigos)
Español descalzo y enemigo
(1990, óleo-temple sobre tela, 130 × 200 cm, serie Guerreros y Enemigos)

Composición con caballo en jardín  (1991, óleo-temple sobre tela, 160 × 100 cm, serie Figuras Atrapadas)
Composición con caballo en jardín
(1991, óleo-temple sobre tela, 160 × 100 cm, serie Figuras Atrapadas)

Sobre Pinturas Recientes, Espinoza escribió:

Roberto Rébora es un autor de una pintura transparente, en la que el color, el rigor constructivo y la técnica se han conjugado en forma armónica para estar a la altura de su ambición. No, no hay nada nuevo bajo el sol. El artista utiliza recursos técnicos ya conocidos. Son veladuras, pinceladas cortas y sutiles (no hay violencia en su pincel), colores confusos, matizados y suavizados (aunque a menudo introduce grandes manchas de color uniforme que dan a sus obras un toque especial). Rébora crea imágenes con el único fin de que sean contempladas. No hay “mensaje”, no hay “contenido”. No hay nada de eso: la suya es una pintura para ver, no para descifrar. El pretexto para pintar es pintar. [Sus cuadros no muestran] desgarramientos, ni intenciones autobiográficas, ni tendencias subversivas. Los encuentro bien hechos, bien logrados, con mucha vida y algunos hasta con gracia, pero como que les falta algo. Digo esto porque siempre he creído que el artista, cuando verdaderamente lo es, tiene que decir “algo” con su obra[, no sólo] demostrar su habilidad y su talento, sino también expresar y decir su verdad. Pero Rébora, según parece, piensa que la única “verdad” de la pintura es la pintura. Si así piensa él, ni modo. El tiempo se encargará de reafirmarle su idea o de corregirle su error. [...] No lo sé. Lo que sí creo es que estamos ante la presencia de un pintor en formación, que todavía tendrá que dar lo mejor de sí.[5]

Casi tres años después de publicado su artículo, Espinoza publicó otro en el que responde una carta que Rébora le enviara en aquel año de 1991 manifestando su desacuerdo con algunas consideraciones relacionadas con lo que al crítico le pareció un alejamiento de toda intención discusiva en sus cuadros y un interesarse únicamente en la pintura por la pintura, sin temas, sin mostrar obsesiones, sin incluso un lenguaje que lo distinguiera. Según lo que Espinoza transcribe de dicha carta en su respuesta pública, Rébora explica cómo su proceso creativo es un todo indivisible, sin separación entre expresión y forma, mediante el cual busca “evocar misterio y silencio como una actitud crítica hacia las cosas que veo, hacia la distancia cada vez más abismal entre el hombre y la naturaleza”, y que en ello radican tanto su libertad propia frente a exigencias narrativas pictóricas como su expresión de algo, aunque los temas tengan para él una “intención secundaria” y resulte una experiencia desconcertante para aquellos espectadores que buscan mensajes en la pintura. Y añade el artista:

La expresión es inexistente sin forma, sólo a través de la forma un tema cualquiera puede ser expresivo o no... En la pintura es el tratamiento de la materia misma lo que da significado a una intención expresiva. Antes que otra cosa, la pintura debe cumplir con este principio esencial. Es el tratamiento de la materia lo que libera a la pintura de ser sólo un medio material que narra historias o mundos particulares. La pintura no vive a través de las descripciones que en ella se sostienen (el tema) sino en su cualidad única de materia sublimada, reelaborada, piel viva por encima de cualquier otro significado.[6]


Imagen de la Conquista no. 4 (con lanzas)  (1990, óleo-temple sobre tela, 200 × 140 cm, serie Imágenes de la Conquista)
Imagen de la Conquista no. 4 (con lanzas)
(1990, óleo-temple sobre tela, 200 × 140 cm, serie Imágenes de la Conquista)


Guerrero y enemigo no. 5  (1990, óleo-temple sobre tela, 200 × 140 cm, serie Guerreros y Enemigos)
Guerrero y enemigo no. 5
(1990, óleo-temple sobre tela, 200 × 140 cm, serie Guerreros y Enemigos)


Infante dibujando  (1991, óleo-temple sobre tela, 160 × 100 cm, serie Figuras Atrapadas)
Infante dibujando
(1991, óleo-temple sobre tela, 160 × 100 cm, serie Figuras Atrapadas)

Sin embargo, Rébora se sentía insatisfecho por los resultados formales de las tres series aquí comentadas; él mismo manifestó que el trabajo que había hecho fue resultado de un periodo de años de ardua experimentación, “en completa ansiedad creativa”. Y se expresó ante el periodista Luis Miguel González en estos términos:

Te digo que me arrepiento de haber pintado tantas chingaderas. La mayoría de las cosas que he pintado, que pinto, me parecen menores respecto de lo que busco. Al pintar estoy buscando esa ventana que algunas veces vemos, y casi siempre intuimos, perfecta. Una obra es perfecta cuando logra exonerar el material físico del que está hecha y llevarnos más allá. Hacer del aceite, de la tela, de las figuras algo espiritual. No sólo se trata de virtuosismo, sino de lograr una coherencia entre la propia vida y la obra.[7]

Acerca de Imágenes de la ConquistaGuerreros y Enemigos y Figuras Atrapadas, el pintor se ha manifestado incómodo hasta hoy en día. Y si bien “no olvida que en el arte no existe un pasado perfecto, [...] es una cosa que no puede soportar”:[8]

Fue la pretensión de encontrar un camino, para encontrar la luminosidad. En los cuadros de Imágenes de la Conquista me pasé de aceite, y los cuadros perdieron. Cuando los veo ahora, reconozco el esfuerzo que estaba haciendo al pintarlos, tratando de entender que había un procedimiento lógico, mi propia facultad de tener la libertad para representar algo que fuera intangible. Todo esto ahora lo pongo en palabras, pero en aquel momento fue sólo ansiedad, exclusivamente ansiedad. No soy el único, les ha pasado a muchos artistas. Lo que a mí me llama la atención es la relación que tienen esos cuadros con lo que estoy haciendo desde 2013, cuando empecé Media Star [2013-2018]. Esos cuadros de Imágenes de la Conquista no tienen ningún valor estético, pero lo que tienen es la necesidad de probar incluso la fuerza con la cual uno deposita el pincel sobre la superficie, cómo puede haber líneas más anchas o más gruesas, cómo se puede entramar. A mí me llevó casi treinta años llegar a esos cuadros que hice en la serie Media Star.[9]

Con todo, es un hecho que la recepción de las series Imágenes de la ConquistaGuerreros y Enemigos y Figuras Atrapadas entre el público y por los críticos de arte resultó con un balance positivo en su momento; incluso, todos los cuadros se vendieron. El historiador de arte Renato González Mello escribió para la exposición Pinturas Recientes:

Este pintor quiere lograr un espacio unificado, y para tal fin se apoya en su propia experiencia sensible. Trabaja de acuerdo con la tradición más rigurosa de la pintura, que ha querido ver en la unidad del espacio una continuidad de todas las cosas del mundo. No pertenecen a ella los pintores que pretenden encontrar el secreto de la armonía universal con ecuaciones algebraicas y que pintan armados de escuadra y compás, sino aquellos que imaginan al espectador parado frente al cuadro y suponen sus reacciones. A esa psicología empírica, artesanal y muy efectiva quiere sumarse Roberto Rébora.

En la obra de este pintor las barnicetas, las manchas de color uniforme y transparente dejan resplandecer la preparación blanca de la tela; hay también pinceladas más definidas, pequeñas y opacas en la epidermis, y éstas crean una segunda luminosidad con sus vibraciones. [... M]e refiero a la verdadera piel de la pintura, una delgada cáscara de óleo que deja pasar la luz a través de su transparencia. No hay hedonismo ni perspectiva aérea, sólo uso concienzudo de los pinceles.

Rébora ha vivido durante años en Florencia, pero los pintores que más le gustan son los venecianos. No es un historiador, sino un pintor viendo a otros pintores. De su plática [...] puede comprenderse la causa: el racionalismo florentino fracasó al no reconocer la epidermis de la pintura. También esa piel, por más que se intente hacerla “transparente”, es fundamental para la construcción y para comprobar la unidad de lo visible. Todas las barnicetas, todas las veladuras son rematadas por una piel de pequeñas pinceladas que, en sus palabras, son para “construir” ¿Qué es construir? Guiar al ojo, encaminarlo, llevarlo de aquí para allá. Darle consistencia al cuadro. Rébora no quiere una ventana de vidrio moderno, limpio, plano y sin burbujas. La superficie de los cuadros es fundamental para quien desea construir imágenes, es innegable, su existencia se impone. Él no quiere negarla, como la pintura ilusionista; tampoco es su interés detenerse en el fango de la tela, como los expresionistas. Quiere que la superficie sirva para sus fines constructivos. Esa superficie puede ser agradable, pero no como el famoso sillón de Matisse, ni como el supuesto “hedonismo burgués” del impresionismo; lo es porque el ojo encuentra caminos, explora los rincones del cuadro, hace piruetas con las líneas, se detiene ante una textura, siente el espacio antes de verlo, intuye las figuras antes de recorrer su contorno. La intuición es posible gracias a esa pincelada sutil que no quiere que el recorrido del espectador sea azaroso.[10]

Y como si de una predicción se tratara, en aquella entrevista que le hiciera González por motivo de Pinturas Recientes, el periodista reflexionó acerca del pintor lo que a la postre son parte de sus rasgos definitorios:

Como un pálido reflejo del enorme esfuerzo vital que implica conciliar un temperamento agitado con la elección de un destino fiel a las imágenes, su obra está marcada por el signo del cambio. No se trata de un desfile de máscaras, sino de una sucesión de metamorfosis, de cambios radicales, donde el hilo conductor es la constante presencia de una fuerte personalidad y la certeza de que en el futuro aguardan algunas imágenes que alcanzar a través del movimiento. [...] Para Roberto Rébora elegir el arte como forma de vida cancela la posibilidad de elegir el término medio [...] se sabe amenazado por el ritmo en el que se bebe el tiempo en la vida contemporánea, donde una velocidad vertiginosa no sólo es un valor por sí misma, sino uno de los principales componentes de nuestro hábitat. Se mira en el espejo de los artistas que sobreviven fácilmente en estas condiciones, que producen y tienen éxito rápido. Se detiene para marchar en sentido contrario, confiado. Su ritmo de producción es lento [para] los estándares del mercado del arte. [...] Se mueve en la búsqueda de un estado salvaje, donde la razón y sus manifestaciones deben marginarse en obras donde las imágenes se sostienen por sí mismas, por su coherencia y vitalidad, que busca dejar, tanto tiempo como sea posible, las imágenes entre paréntesis.[11]

Tras la experiencia que le representó esa fase, Rébora fue reintegrándose en definitiva a la cultura viva mexicana. En 1993 conoció a Dominique Chapuy, con quien se casó ese mismo año, hecho que influyó en su trabajo artístico y circunstancia vital.

Dominique y Roberto  (Foto: ¿?)
Dominique y Roberto
(Foto: ¿?)

Conforme fue trascurriendo su vida matrimonial se fueron sucediendo las series pictóricas que irían consolidando su trayectoria artística, y nacieron sus hijos: Pablo, en 1998, y Julio, en 2000.

Roberto, Pablo y Julio   (Foto: Dominique Chapuy)
Roberto, Pablo y Julio
(Foto: Dominique Chapuy)

Asimismo, otro suceso marcaría la trayectoria artística de Rébora: durante aquella época, radicado en Ciudad de México, el trabajo en su taller de pintor se armonizaba con la lectura de poesía en voz alta entre amigos, algunos de ellos poetas. Dictó el azar que llegara a sus manos una caja de tipos móviles, hecho que incitó la compra de una pequeña prensa plana, e iniciaron la edición de libros tipográficos de poesía, manufacturados, con lo cual fue fundada Ditoria un domingo de febrero de 1995, editorial que después fue llamada Taller Ditoria. Así, durante casi 25 años Rébora ha ejercido simultáneamente como pintor y editor.

Taller Ditoria: ediciones de autor tipográficas, manufacturadas   (Foto: RR)
(Foto: RR)






[1] “Roberto Rébora y su búsqueda en la superficie de cada cuadro”, en Síntesis Informativa INBA, México, 31 de marzo de 1992, p. 34.

[2] Id.

[3] Id.

[4] “Roberto Rébora: ¿pintura pura”, de “Cultura” en El Nacional, México, 25 de marzo de 1991, p. 9. Por otra parte, Renato González Mello enfatizaba que en Rébora “sus diferencias se refieren a la pintura, y no vienen de un deseo de polemizar gratuitamente. [...] no quiere ser neoexpresionista, conceptual, neomexicano o posmoderno. Si su pintura tiene este o aquel aspecto que no parece habitual, no es por un error, sino porque él escogió precisamente ese camino. Si la pincelada no es violenta, es porque él ha querido hacerla pacífica; si la pintura no es opaca, es porque la quiere transparente; si no hay contenido, es porque se ha esmerado en eliminarlo. Tiene conciencia de ser distinto y no quiere suavizar esas diferencias. Yo quisiera suavizar el final de este artículo: toda la polémica de este artista es un problema pictórico, es en sus cuadros donde hay que buscar los argumentos, las réplicas y las posturas radicales.” De “Roberto Rébora y la pintura actual”, en Roberto Rébora / Pinturas recientes, cuadernillo de la exposición realizada en el Museo de Arte Moderno Alvar y Carmen T. de Carrillo Gil (Ciudad de México, febrero-marzo de 1992) y en la Galería Arte Actual Mexicano (Monterrey, N.L., abril de 1992), pp. 2 y 16.

[5] “Roberto Rébora: ¿pintura pura?”, p. 10.

[6] “Respuesta tardía a Roberto Rébora”, de “Zona Plástica / Caleidoscopio”, en El Nacional, México, 1994, p. 28.

[7] “Roberto Rébora, a contraluz y a contracorriente”, de “Arte”, en Siglo 21, Guadalajara, 14 de junio de 1992, p. 5.

[8] ¿Y por qué el tema de la Conquista?, ¿por qué caballos entre muros y guerreros?: “El primer caballo que hice fue para atender una petición de la Cámara de Comercio. Al elaborarlo comprendí la fuerza de su imagen y sus implicaciones. Me sentía un tipo con una profunda fuerza interna, atrapado [...] En estos momentos no aceptaría una lectura fácil de la simbología del caballo en mi obra. Lo pinto porque me parece una figura sexual y porque retrata la idea original del impulso hacia afuera. El problema con los críticos es que no entienden que la racionalización de la obra viene después, que en un principio no había más que una chispa, algo así como un eco de algo inexplicablemente externo”. Id.

[9] Rébora, en conversación.

[10] “Roberto Rébora y la pintura actual”, p. 8.

[11] “Roberto Rébora, a contraluz y a contracorriente”, p. 5.

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