Suite Cojín: sorprendidos en el instante justo de su fatal humanidad

Suite Cojín:
sorprendidos en el instante justo de su fatal humanidad


Ana  (1995, óleo-temple sobre madera, 61 × 50 cm, serie Suite Cojín)
Ana
(1995, óleo-temple sobre madera, 61 × 50 cm, serie Suite Cojín)

¿Quiénes son las mujeres de Roberto Rébora? Son la madre y las hermanas, la esposa y la abuela, la tía y la prima. Porque la mirada del pintor busca revelar la materia femenina; no se interesa en la mujer en su condición de fetiche masculino, como realidad enajenable. Las mujeres que habitan el mundo de Rébora están visibles bajo la luz del espacio doméstico; no son las criaturas perturbantes de la noche, la calle, la fiesta, el bar u otros paisajes exteriores que la compulsión deseante e insatisfecha del hombre han privilegiado.

Intimidad  (1995, óleo sobre madera, 50 × 60 cm, serie Suite Cojín)
Intimidad
(1995, óleo sobre madera, 50 × 60 cm, serie Suite Cojín)

Están iluminadas por las luces indirectas que dejan pasar las ventanas y alumbran el interior de una recámara. Si se desnudan frente a los ojos del pintor, es porque la presencia de esa mirada forma parte del entorno, y participa por eso de la acción que describe. La mirada del narrador no interrumpe ni irrumpe de manera violenta en los cuadros. Su condición es la del hijo, el hermano, el primo o el amante. En cada cuadro Roberto Rébora afirma la condición de mundo que tienen para él las mujeres que lo determinan y le señalan su particularidad. Entre faldas y sexos, el pintor no busca acortar la diferencia, diluir la insalvable otredad que lo separa de su objeto de reflexión. El acto que está determinando la pintura de Rébora es una forma de la identificación que señala: ellas son las mujeres; y busca hacer de ese reconocimiento el sentido de la obra.

[...]

Las señoritas  (1995, óleo-temple sobre madera, 61 × 50 cm, serie Suite Cojín)
Las señoritas
(1995, óleo-temple sobre madera, 61 × 50 cm, serie Suite Cojín)

El bat  (1995, óleo-temple sobre madera, 56 × 49 cm, serie Suite Cojín)
El bat
(1995, óleo-temple sobre madera, 56 × 49 cm, serie Suite Cojín)

Las piezas La trenza y La desnuda marcan con claridad el movimiento pendular de la plástica de Roberto Rébora: el que va de la celebración sensual a la naturaleza violenta de la sociedad de las mujeres y da cuenta de la batalla perpetua de unas y otras, la persistencia de la dicotomía madre-hija y, por supuesto, de la culpa y el castigo. Ése es justamente el sentido de Las señoritas y El bat. Este último cuadro plantea una especie de persecución entre tres figuras y tres tiempos de la naturaleza femenina: la hija, la madre y la abuela, tema que recuerda los intereses de Klimt en obras como Tres edades de mujer. En El bat las edades no son creadas como instantes sucesivos de un mismo ser que se desdobla en el espacio de la pintura, sino como una suerte de danza en donde sucede la despiadada lucha por el lugar del poder y la autoridad en una comunidad matriarcal –en el universo de la familia que crea Rébora el padre está ausente–. De esa misma condición habla la pieza T.V., en donde el pintor describe una atmósfera similar a la que provoca una lente de gran angular; en esa visión pesadillesca en que nos educó un elemental y eficaz efecto cinematográfico, Rébora descubre a una mujer que, desolada en el interior de la televisión, vive su propia fantasía infantil y sufre el fracaso y la vergüenza.

T.V.  (1995, óleo-temple sobre madera, 61 × 50 cm, serie Suite Cojín)
T.V.
(1995, óleo-temple sobre madera, 61 × 50 cm, serie Suite Cojín)

Sólo en una obra aparece la presencia masculina: en La cola la sustitución del yo pintor por la forma fálica es evidente. A diferencia de García Lorca, quien en La casa de Bernarda Alba concibió un mundo similar al de Rébora y mantuvo al hombre como un fantasma, una presencia invisible que amenaza la locura de las mujeres, Rébora se hizo invitar [en la serie Suite Cojín] como afirmación optimista del placer. Por la superficie de esa obra atraviesan todos los temas del pintor: la mujer como objeto de la mirada y del deseo, la dulzura y el absurdo. En La cola, Rébora materializa la intervención del ojo impertinente en la vida interior de sus personajes. Aquí cumple con el deseo implícito en todas las demás obras: coger, apropiarse aunque por un instante de la naturaleza que lo apasiona.


Eduardo Vázquez Martín[1]


La cola  (1995, óleo-temple sobre lino, 40 × 50 cm, serie Suite Cojín)
La cola
(1995, óleo-temple sobre lino, 40 × 50 cm, serie Suite Cojín)






[1] “Algunas características de la pintura de Roberto Rébora”, en Roberto Rébora, Materia y discurso de fe / Matter and Discourse of Faith, pp. 123-126.

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