Dislocar: decepcionar la mirada
Pedro Ángel Palou
Giacometta
(2019, temple sobre tela, 80 × 95 cm, serie Flujo Mundo)
¿Quién es Roberto Rébora? O mejor, ¿cuántos Robertos Rébora
se ocultan en el nombre de quien firma sus obras o en quien sostiene desde hace
años uno de los proyectos tipográficos más interesantes de México: TallerDitoria?
Lo conocí en 1990, en la segunda promoción de las becas para
jóvenes creadores del recién creado Fonca. Se distinguía de inmediato de sus
compañeros por al menos tres aspectos que Fernando Leal [Audirac] no podía
dejar de ponderar: el finísimo trazo de dibujante (siempre me pareció, por
cierto, que en esa destreza técnica se ocultaba una de las características
centrales de Rébora, la ironía); el revisionismo de la pintura occidental, su
capacidad para no sólo reinterpretar sino, si se me permite, dislocar el arte
europeo; y la tercera, acaso la más incipiente entonces pero la más constante,
su osadía.
Es preciso aquí hacer un comentario:
Se puede ser osado por ignorante, con los resultados más
disímiles; o se puede ser, por lo contrario, osado por erudición. Es el caso de
Roberto. Una osadía de erudito que sin embargo decide romper el molde, destruir
al maestro, recomponer la mirada. Decepcionar, si se quiere usar el término que
Jorge Cuesta, ese gran crítico, propuso para entender a López Velarde. En el
caso del poeta jerezano, su reinterpretación del paisaje mexicano decepcionaba
al paisaje. En el caso de Rébora, se trata de decepcionar todas las
expectativas del que mira el cuadro. Es el que mira quien queda del todo
dislocado de la representatividad. Su mirada se vuelve estrábica: un ojo se
encuentra aquí contemplando y el otro necesita mirar de soslayo el pasado
plástico que Rébora está destruyendo-construyendo con una maestría que raya en
la perfección.
Sólo que ha decidido que la imperfección sea parte de la
mirada. Quizá por eso ha desplazado la figura y se ha detenido tanto en el punto,
convirtiéndolo en eje de una serie de investigaciones antigeométricas, no
euclidianas, donde también incluso el prisma es dislocado, desplazado. Si la
primera etapa de Roberto era más bien una destrucción del eje de la
correspondencia emblemática, ahora en su búsqueda constante ha decidido
destruir la no figuratividad, permitiendo que el plano se tridimensionalice
sólo por la ilusión de profundidad. Pero allí también hay un ejercicio de
dislocación. Decepcionar la mirada significa en esta obra madura de Rébora
también enseñar a mirar de nuevo. Es como si en un mismo cuadro llevara a quien
mira a aprender y a desaprender. El eje de la simultaneidad es el que guía esa
búsqueda, que calificaría de maniática: “Hasta fines del siglo XVI, la
semejanza ha desempeñado un papel constructivo en el saber de la cultura
occidental. En gran parte, fue ella la que guió la exégesis e interpretación de
los textos; la que organizó el juego de los símbolos, permitió el conocimiento
de las cosas visibles e invisibles, dirigió el arte al representarlas”, escribe
Foucault en Las palabras y las cosas. La episteme que surge del
Renacimiento bajo ese imperio de lo semejante es un espacio reversible y
equívoco, sembrado de espejos, donde las cosas se asimilan o se oponen sin cesar,
y donde la superficie de lo existente ofrece sus signaturas originales a la
lectura conjunta de una hermenéutica y una semiología. La elaboración del saber
teje constantemente la red que une la semejanza y lo semejante en las más
diversas esferas del pensamiento renacentista, pues las mismas reglas de
conducta rigen la aproximación al texto del mundo, escrito por Dios, y al mundo
de los textos que han sido creados por los hombres.
Toda la masa de datos producida por la vasta labor de los
humanistas, que se difunde entonces a través de la Europa cristiana, entra así
en el ámbito de una forma de conocimiento cuya técnica combina armoniosamente,
como el propio método filológico, divinatio y eruditio. Aunque
los dos mecanismos se sitúen en la práctica en niveles distintos, su
funcionamiento cognoscitivo no resulta por ello menos paralelo ante las
palabras y las cosas... o sea que vuelvo a Foucault: “Así como los signos
naturales están ligados a lo que indican por la profunda relación de semejanza,
así los discursos de los antiguos son la imagen de lo que enuncian; si tienen
para nosotros el valor de un signo es porque, en el fondo de su ser, y por la
luz que no deja de atravesarlos desde su nacimiento, se ajustan a las cosas
mismas, en forma de espejo y de emulación; son con respecto a la verdad eterna
lo que estos signos a los secretos de la naturaleza (son la marca por descifrar
de esta palabra); tienen, con las cosas que develan, una afinidad intemporal.”
Dentro de la cámara de eco que la episteme
renacentista forma, la relación con la verdad a través del documento antiguo
pareciera gobernada inicialmente por un pensamiento que desconoce los matices
de la alteridad y que a menudo interpreta lo que lee como si se tratara del
gran libro de la naturaleza, desde una perspectiva intemporal (de recrear la
eternidad) a desembocar en el dogma de la imitatio veterum. Ejemplaridad
que ignora los avatares del cambio. Humanistas, dictadores medievales, como ha
demostrado Kristeller en su Renaissance Thought. Por eso, al igual que
los signos de la naturaleza, los textos rescatados y revivificados por el
humanismo evocan realidades que el hombre del Renacimiento puede reconocer o
interpretar en su presente, sin sombra aparente de discontinuidad.
Si Rébora parte de esa dislocación del Renacimiento y destruye
la referencialidad de la correspondencia emblemática, es porque esa misma
comparación infinita era una esquizofrenia de las imágenes. Al colocarse más
allá de la discusión figurativo/abstracto, Rébora va más allá que la mayoría de
sus contemporáneos (dentro y fuera de México) en una radicalidad que
agradecemos.
En la poesía de finales del XIX y principios del XX –de
Mallarmé a Valéry– hubo una discusión, no teórica, sino lingüística,
experiencial, sobre la poesía pura. ¿Cómo romper el lirismo y su
referencialidad cansina? Mediante la idea pura, la desnarrativización poética.
Podríamos decir que la obra reciente de Rébora trae esa discusión a las artes
plásticas. Pintura pura, no contar ninguna historia en el cuadro. Sin embargo,
la dislocación y la decepción son aquí mayúsculas. La poesía pura entró en un
callejón –de la que Saint-John Perse la sacó de golpe– por su intelectualismo.
Rébora sabe los riesgos del arte conceptual, y opta por la radical
emocionalidad.
No es gratuito, entonces, que una de sus exposiciones se
llame Flujo Mundo. Es esa fluidez la que Roberto ha intentado capturar.
Y aquí el oxímoron no puede ser más claro: no se puede detener el flujo, el
movimiento. Los cuadros recientes de Rébora parecen salirse de la tela, de la
madera; quieren escapar del encuadre. La monumentalidad ha sido una constante
en su obra plástica, pero incluso las grandes superficies le quedan cortas
ahora.
Roberto(s) Rébora, sin embargo, nos dejará callados porque
seguirá experimentando y rompiendo todas las expectativas, porque seguirá
siendo muchos, legión, porque nos dislocará aún más, quizá retornando a sus
orígenes. No lo sabemos. Por ahora nos basta saberlo infinito.
Flujo Mundo
Exposición en la Celda Contemporánea de la Universidad del Claustro de Sor Juana
(Ciudad de México, marzo-mayo de 2019)
Flujo Mundo Oaxaca
Exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca
(Oaxaca de Juárez, Oaxaca, noviembre de 2019-febrero de 2020)
Pedro Ángel Palou, “Dislocar: decepcionar la mirada”, en UniDiversidad
/ Revista de Pensamiento y Cultura de la BUAP, año 9, núm. 35 (especial
dedicado a Roberto Rébora), Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, octubre-diciembre
de 2019. [Publicación disponible en versión impresa y en línea: https://www.unidiversidad.com.mx/]