Vlady: paradigma del artista
Roberto Rébora
Hombre de carácter
apasionado, llega a México a los veintitrés años. Pronto se relaciona con los
artistas de su generación dando inicio a su obra que, con el tiempo, se irá
distanciando en mayor medida de las tendencias artísticas dominantes, así como
de intereses, técnicas y resultados formales que lo rodeaban. Se convierte,
desde entonces, en un solitario de excesiva y probada osadía en contra de toda
contención esteticista o cortesana. Rechaza, con admirable valor, las
oportunidades y seducciones que el medio del arte ofrece, con lo cual evita
convertirse en otra víctima del sistema.
Inteligencia desbordada y elocuente de no
fácil trato, decide emprender, a mitad de su vida, el largo camino de retorno
hacia las técnicas de probados resultados plásticos, que la historia de la
pintura ofrece en las obras de los grandes pintores del Renacimiento italiano
tardío. Redescubre la artesanía del oficio en el proceso de aplicación lógica
de la materia pictórica coherentemente ordenada, y sobrepone, con paciencia
desafiante, capas de temple-óleo-temple entremezcladas con blanco de plomo, lo
cual origina cuadros de imponente fuerza luminosa; obras que acumularon largos
años de trabajo obsesivo, debiendo ser simplemente incomprensibles a los ojos
de sus compañeros artistas y otros contemporáneos. Hoy, liberada la obra tras
su muerte, muestra con evidencia el carácter monumental de los alcances
logrados como artista.
Consuelo Tuñón et al., Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada / 90 aniversario / Vlady, la revolución en el muralismo, México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 2018.
Tanto el espectador como el conocedor
experimentan ante sus cuadros desconcierto o abierto rechazo, debido al abuso y
sobrecarga de lo que da en llamarse “gusto estético”. Vlady repudió la
creciente superficialidad que caracteriza al medio, y profundizó en los valores
plásticos al grado de volverlos intolerables. Si a todo esto se suma el
manifiesto tinte ideológico contenido en cierto aspecto de su obra, es de
entenderse la soledad que como creador encontró a lo largo de su vida. Sin
embargo, ¿cómo ignorar fuerza y cualidades artísticas tan patentes, en función
de sus rasgos de orden, tanto estéticos como discursivos?
Vlady no es –contrariamente a lo que se
piensa– un pintor “comprometido”; o mejor, no lo es debido a la importancia que
para él significa la obtención de valores pictóricos puros; en suma: presencia
y poder de la imagen.
Pintor y dibujante por igual, abarcó
distintos aspectos del oficio, y su capacidad de representación no conoció
límites: lo mismo aspiró a cifrar el paisaje como el retrato, género en el cual
logró resultados de la más bella factura, así como una numerosa colección de
admirables autorretratos.
Durante mi estancia en Europa me
impresionaron los cuadros de Tintoretto, expuestos en las obscuras salas
venecianas de la imponente Escuela de San Rocco, donde, con misteriosa luz
incandescente, las telas alumbran el alto oficio desarrollado por el pintor.
Años más tarde, de regreso a México,
visité la exposición Confrontación,
en el Palacio de Bellas Artes. En lo personal, los cuadros de Vlady, un pintor
que me era entonces desconocido, retumbaron en mi interior como prueba
irrefutable del pasado hecho modernidad: una mano contemporánea guiada por una
técnica centenaria.
Tres días pasé con Vlady en su taller de
Cuernavaca, en febrero de 1987. Desde entonces, considero que su pintura es
paradigma del artista comprometido con búsquedas personales hasta los límites
de la provocación. Muchas veces lo frecuenté en su estudio y, generoso, me
mostró secretos íntimos de procedimientos alquímicos. No he dejado de admirar
su dibujo serpentino, así como de finura extrema. Sus dibujos eróticos pulsan
las contracciones rítmicas y carnales al ordenar, líricamente, un constante
fluido de formas que copulan como ríos interminables de tinta erotizada por la
línea misma.
Cumplidos los cincuenta años, Vlady hizo
estallar su carácter de ascendencia disidente, al igual que su permanente
inconformidad, en los frescos de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada.
Entrelazó abstracciones expresionistas con trazos directamente heredados de
nuestra escuela mural, práctica accidental como devenir creativo entre signos
históricos de dramática catarsis expresiva, con alto rango de libertad y
experimentación. “La más extraordinaria ornamentación pictórica barroca,
culterana, de los tiempos últimos” a decir de la doctora Teresa del Conde. Obra
que bien puede ser considerada fracaso monumental o genial manifestación
artística.
Simultáneamente, Vlady prosiguió con su
quehacer gráfico y de caballete. Por esos años concluye el retrato del obispo
Samuel Ruiz, en plena efervescencia del movimiento indigenista mexicano, de
alto contenido simbólico así como de singular importancia histórica.
La última vez que lo visité en su taller,
meses antes de su muerte, me sorprendió ver trazos aplicados con tiza
delimitando contornos sobre sus grandes telas en proceso. Quería cerrar las
formas y buscaba su conclusión. Comprendió que su tiempo terminaba y había
llegado el momento de concretar sus versiones definitivas. Esa tarde, como
otras, lo escuché hablar entusiasmado de sus planes y proyectos en curso.
En su trabajo, Vlady apostó al pleno y
solitario entendimiento del “uso del tiempo” en la construcción de obras de
arte capaces de enfrentar al porvenir.
Imagino, entonces, al adolescente absorto
que –unido a su perseguido padre– cruza el mar con destino incierto, en tanto
va forjando su corazón en el deseo por atrapar, caligráficamente, la ondulante
profundidad de la vida sobre la superficie del océano; pulsión instintiva que
marca el perpetuo fluir de su pincel, germen de una obra de excepcional rareza.
Roberto Rébora, “Vlady:
paradigma del artista”, de Vlady
paradigmático, en La Jornada Semanal,
núm. 603, dir. Carmen Lira Saade, México, 24 de septiembre de 2006, p. 4.
También publicado en Vlady, Vlady / La
sensualidad y la materia, textos de Mercedes Iturbe, Javier Wimer, Roberto
Rébora, Guadalupe García Miranda y David Huerta, México, Museo del Palacio de
Bellas Artes-Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2006.